Retomar la siembra de una planta que en la época prehispánica era el alimento primordial de las culturas antiguas, en tiempos crisis ambiental, económica y de salud puede convertirse en la forma de sobrevivir en un campo que cada ciclo agrícola se seca más.

Hace un año que Miguel Chávez Santiago se aventuró a sembrar nopal en una de sus 12 hectáreas, “todo mundo” en este municipio de los Valles Centrales le decía “que no funcionaba”, pero nadie lo había intentado, mucho menos intercalado con otros cultivos.

Miguel puso los ojos en una planta icónica para México, pero que en Oaxaca se siembra cada vez menos. El Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), identifica que en 2009 se sembraron un millón 383.7 mil hectáreas, pero para el 2019 apenas aparecen 144 hectáreas.

El Atlas Agroalimentario del Estado de Oaxaca publicado por la Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Pesca y Acuacultura (Sedapa) reporta en 2019 una producción estatal de 284.47 toneladas de tuna, ni el uno por ciento de la producción nacional que supera las 470 mil toneladas.

En la producción de este cultivo participan alrededor de 161 productores de 13 municipios, principalmente Ayoquezco de Aldama, Santa Gertrudis, San Pedro Apóstol, Tlacotepec Plumas o San Pedro Mártir, pero Miguel aún no entra en las estadísticas.

Entre las parcelas, la contingencia por la COVID-19 se olvida, la preocupación es otra: que llueva lo suficiente para que el maíz de temporal resista a la sequía y tener alimento suficiente para consumir y un excedente para comercializar.

La faena diaria se hace en solitario. La mano de obra viene del propio productor y su familia. No hay pago por el trabajo en el campo.

Si bien llueve, un productor puede recuperar lo invertido en la siembra y sacar esa ganancia que lo capitaliza, pero sobre todo le da el ánimo de volver a sembrar.

“Tenemos otros ocho o 15 días para que caiga una buena lluvia, si es así, la milpa alcanza a salvarse, después ya no”, relata esperanzado y a la vez con incertidumbre Miguel, un hombre adulto que creció aprendiendo a trabajar en el campo.

En este municipio, la mayoría de hectáreas cultivables las dedican “a sembrar puro maíz”, pero la sequía complica que la tierra produzca lo suficiente, una explicación al abandono del campo.

Los nopales en estos campos son silvestres y han demostrado que a pesar de la adversidad que acompaña a la sequía, son capaces de florecer y producir tunas.

Pero algunos productores, incluido Miguel, han escuchado al agrónomo Carlos Barragán García, quien ha impulsado en los Valles Centrales el cultivo de variedades resistentes a la sequía y que hace dos años le llevó a ganar la tercera edición del premio Cargill-CIMMYT 2017 a la Seguridad Alimentaria y a la Sustentabilidad, en la categoría de Productores con el proyecto De la milpa a tu plato.

Para él, hay un auge en el mercado del mercado del nopal verdura y de la tuna, porque se asocia que sus nutrientes ayudan a controlar la diabetes, pero también es tan noble que necesita muy poca agua, además de que al tener un sistema radicular su raíz se extiende mucho y ayuda a evitar la erosión cuando de golpe cae una lluvia intensa.

A pesar del auge del nopal, agave, pitaya o pitajaya, éstos se siembran en monocultivo, “favoreciendo la degradación del suelo” y el aporte es intercalarlos con leguminosas que además de aportar proteína para una buena alimentación, mejora la calidad de los suelos.

En ello creyó Miguel, y este año a la hectárea que ya tenía con nopal le agregó otra. En dos mil metros cuadrados, un cuarto de hectárea, probó sembrar al mismo tiempo chícharo, ejote y fríjol criollo, sin nada de fertilizante.

En el ciclo pasado logró cortar 600 tunas, pero ahora de su parcela puede obtener planta para nuevos cultivos y la tuna para consumo familiar.

Además, las plantas de ejote ya están floreando y tienen fruto a pesar de la sequía y el frijol le permitirá obtener media tonelada en tiempos que un kilogramo se puede comercializar en 35 pesos.

“Es seguro el frijol, el chícharo igual porque ya está en flor” y de ambos valora si lo venderá en verde, porque con la crisis sanitaria y los problemas de movilidad repercutió en el acceso de alimentos frescos que traen a Oaxaca de otros estados.

El contraste que provoca la sequía de acuerdo a los cultivos, es fácil de observar en la parcela de Miguel. A un costado de donde sembró nopal y ejote, la milpa intenta crecer, pero a menos que caiga una buena lluvia, el cultivo se perderá.

A 200 metros una pequeña presa no se llena desde hace tres años. Es plena temporada de lluvia, pero aquí se entiende porque el monitor de sequía de la Comisión Nacional del Agua contabilizó el 40 por ciento de municipios de Oaxaca con algún grado de sequía.

“Si sembramos todo tipo de cultivos y sin químicos nos ayudaría más a nuestra economía familiar y a la vez se recupera la esperanza en el campo”, sobre todo en una comunidad donde cada vez menos personas quieren trabajar en él, sin reparar en que, sembrando cultivos antiguos, se puede hacer frente a la sequía.

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