La oportunidad de América Latina de ofrecer lo que el mundo más necesita: comida

Hoy el peligro que pocos ven es uno que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) tiene muy bien estudiado, al señalar que “la pandemia causada por el nuevo coronavirus repercutirá en un incremento del hambre y la pobreza en los países de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños)”. Sabemos que nuestra región cuenta con las reservas suficientes para resistir unos meses más, pero ¿cómo vamos a lograr que todos aquellos que están en sus casas siguiendo las recomendaciones tengan acceso a esos alimentos? Aquí es donde la gobernanza, la gobernabilidad y el sector privado tendrán que verse las caras sin otro interés más que ayudar a salvar vidas.

 

Hoy que la incertidumbre es la regla y la tranquilidad es la excepción, continúo pensando que esta crisis nos trae la oportunidad de que la región lleve su impacto positivo al siguiente nivel en la esfera global. Esta es una tesis que vengo defendiendo desde algunos de mis trabajos para el blog Hablemos de cambio climático del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pues como he dicho anteriormente “América Latina tiene la reserva más grande del planeta en tierras cultivables… la región latinoamericana tiene un enorme potencial para aportar soluciones globales en materia alimentaria, considerando la extensión de sus terrenos. En otras palabras, América Latina es la garantía para la seguridad alimentaria del mundo, ya que cuenta con un tercio de los recursos de agua dulce del planeta y la cuarta parte del terreno agrícola del mundo, convirtiéndose en la región que más exporta alimentos en términos netos”.

 

Pero no podemos alcanzar el nivel óptimo de nuestro potencial agrícola si no invertimos en los campesinos y agricultores

 

Hoy nuestro problema no es escasez de tierras cultivables, es nuestro desuso de buena parte de la que tenemos a disposición. Hay que destacar que con los movimientos migratorios de quienes por décadas han ido abandonando los campos por áreas más urbanas con oportunidades laborales en todos los sectores de producción, “el campo” (como llamo cariñosamente al sector agrícola) ha ido perdiendo protagonismo en los presupuestos nacionales de algunos países que han desarrollado su sector de los servicios y han encontrado cierta comodidad en la importación de la mayoría de los bienes que consumen.

 

Hoy nos damos cuenta de que tenemos que regresar a lo básico (el campo), para sobrevivir y triunfar en lo complejo (la ciudad). Cuando digo regresar, a lo que me refiero es que el interés del gobierno debe volver a crear las condiciones para que los agricultores cuenten con los recursos y tecnologías necesarias para continuar la producción y ser competitivos para la exportación. Cuando digo regresar, a lo que me refiero es que el empresariado vuelva a creer en el sector agrícola como una oportunidad de negocio que nunca pasa de moda. Al fin y al cabo, el hambre nunca pasa de moda tampoco.

 

Hoy que escribo sobre esto tengo que decir que debí hacerlo mucho antes, pues vengo de una familia que invertía y vivía del campo en mi natal Padre Las Casas, República Dominicana, y sus negocios se desplazaron a otros sectores por la falta de políticas agrícolas que permitieran la rentabilidad de la producción agrícola para los pequeños y medianos agricultores, dado que la producción del país fue concentrándose en otras áreas como el turismo. Cuando sucede esto, ser agricultor se vuelve un oficio de los que pueden y también de quienes lo hacen a manera de “hobby”, Puerto Rico -que importa el 80% de sus alimentos- sabe de lo que hablo.

 

Hoy los desafíos que enfrentan los agricultores son múltiples y pude evidenciar algunos ya en mi etapa profesional siendo consultor para la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Especialmente cuando en 2017 me tocó redactar un informe sobre una forma extraña de enfermedad renal conocida como “Enfermedad renal crónica de causas no tradicionales (ERCnt)”, la cual se generaba en comunidades agrícolas de Centroamérica, donde conocimos que el uso de químicos y la falta de políticas públicas preventivas ejercían un gran impacto. En algunas lecturas este fenómeno aparecía con el término “epidemia”. Como señala el informe, estos países lograron avanzar en el fortalecimiento de la vigilancia epidemiológica y en las intervenciones relativas a la atención de estos agricultores.

 

Hoy tengo que rescatar una opinión que compartió conmigo la abogada internacional medioambiental Claudia S. de Windt, cofundadora y directora ejecutiva del Instituto Interamericano de Justicia y Sostenibilidad (IIJS), expresándome que “los platos vacíos, el hambre y la desnutrición no son y ni serán mayores pospandemia, gracias a la salvaguarda del agricultor latinoamericano. Nuestra subsistencia durante la crisis pandémica ha estado en manos de los agricultores. Ellos son el eslabón esencial en la cadena alimentaria, su continuidad y sostenibilidad. Son los mejores guardianes de la tierra y el medio ambiente”.

 

Hoy estas palabras de De Windt están muy alineadas con una respuesta que recibí del Dr. Manuel Otero, director general del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA): “En plena pandemia los agricultores continúan trabajando y son los que afianzan la seguridad alimentaria y nutricional. El sector está en condiciones de asumir un liderazgo para la recuperación pospandemia… estamos iniciando una revolución agrícola digital, con el uso intensivo de las tecnologías, con inclusión social y cuidado del medio ambiente, en beneficios de los pequeños productores, las mujeres y los jóvenes”.

 

Hoy tenemos que darle las gracias a nuestros héroes y heroínas sin capa, a nuestros agricultores.

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